Vida mía…
No
importa el por qué, pero como todas las mañanas se dirigió al mismo lugar, a la
misma hora, sin importar cualquier otra cuestión, nada era tan importante como
su motivación diaria El camino no era excesivamente largo, pero sí le hacía
perder más media hora hasta llegar, lo hacía a través de un sendero muy oscuro,
donde el follaje de las ramas de los árboles impedía penetrar la luz, donde el
silencio quedaba interrumpido por los pájaros que sobrevolaban la copa de los
árboles y donde el murmullo del río cercano producían un concierto agradable y
al mismo tiempo misterioso.
Su
paso era firme y cuanto menos camino quedaba para llegar, más experimentaba la
sensación interna de conseguir su objetivo diario, ése, que cada día le hacía
vivir una aventura nueva, donde su mundo desaparecía y daba paso a uno distinto;
dejaba de existir cada día y cada día
nacía en otro lugar, otra tierra y otros sentimientos que le envolvían hasta
perder el sentido de la racionalidad.
No
le importaban las consecuencias, sabía que estaba cruzando una línea que podía
romperse y que no podría volver a cruzar, donde el riesgo y las posibilidades
de obtener cuestiones difícilmente alcanzables en circunstancias normales eran
remotas, imposibles.
Antes
de conocer este nuevo mundo que le absorbía, que le poseía, era un ser normal, dedicado a sus funciones diarias en
los que la rutina y las cuestiones mundanas le hacían sumergirse en la más
profunda de las monotonías, en cierta forma vegetaba en el día a día y su
historia la iba escribiendo de forma mecánica, no había forma de romper la
cadena de su penosa existencia. No le importaba el dinero aunque eso era
inevitable, ganaba lo justo para procurarse alimentos, vestir y de cuando en
cuando ir al cine, el teatro era algo inalcanzable; unos lujos que la vida le había negado, apartado y
encasillado en otros por su mala suerte, pero ahora estaba recibiendo una
inyección de felicidad, -por llamarlo de alguna manera-, que le apartaba de su
mala suerte y que cada día recuperaba los días de malos momentos para
convertirlos en otros agradecidos y llenos de sensaciones indescriptibles donde
sólo él era el protagonista, nadie podía robarle su papel estelar, se lo había
ganado y también sabía que era el elegido, nadie podía sustituirle.
Desde
el camino ya vislumbraba la casa, sus pulsaciones iban aumentando de ritmo y su
corazón comenzaba a galopar por el acontecimiento del día, ese que cada día era
un desconocido, porque cada día se trataba de una locura nueva donde la atracción,
como todas las atracciones, jugaba un papel con doble filo, en el que la muerte
también podía existir.
Pero
hoy tenía una extraña sensación..; a medida que iba acercándose a la casa le
invadían recuerdos de su hija desaparecida..; hace años, cuando ella contaba
siete años paseaban juntos por el mismo camino y les gustaba adentrarse en el
bosque al final de este; él perdió unos momentos de control sobre su hija y
esta fue atacada por un lobo, cuyo cuerpo arrastrado nunca apareció .Con el
tiempo llegó a superar en su mayor medida el inmenso dolor que padecía..; hoy,
algo estaba ocurriendo no lejos de allí…..
Situado
frente a la puerta de la casa pudo comprobar un silencio absoluto, ya no oía a
los pájaros, tampoco el murmullo del río cercano, el viento se detuvo y el espacio
exterior se cubrió de una sombra gélida que recorrió su cuerpo, algo no iba
bien, no presentía los síntomas de otros días que le transportaban a felices
momentos. Intentaba pensar rápidamente sobre lo ocurrido en días anteriores,
pensaba que quizás cruzó sin darse cuenta la línea que divide la ficción de la
realidad, quizás ese mundo paralelo ya no era ficticio y la realidad era la que
estaba sintiendo en ese preciso momento.
Abrió
la puerta despacio y antes de mover un solo pie, una mano agarró su abrigo a la
altura de su cintura. Estaba
petrificado, lentamente se fue girando y pudo comprobar que Luisa, su hija,
estaba delante de él, con la ropa ensangrentada y su cara desfigurada..;
¡¡papá, sálvame!! …
Alberto
no pudo reaccionar, la puerta terminó de abrirse y el lobo mordió con gran
fuerza su cuello.
Por
fín estaban juntos……
Lon
González.
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