martes, 23 de octubre de 2012


Vida mía…


No importa el por qué, pero como todas las mañanas se dirigió al mismo lugar, a la misma hora, sin importar cualquier otra cuestión, nada era tan importante como su motivación diaria El camino no era excesivamente largo, pero sí le hacía perder más media hora hasta llegar, lo hacía a través de un sendero muy oscuro, donde el follaje de las ramas de los árboles impedía penetrar la luz, donde el silencio quedaba interrumpido por los pájaros que sobrevolaban la copa de los árboles y donde el murmullo del río cercano producían un concierto agradable y al mismo tiempo misterioso.
Su paso era firme y cuanto menos camino quedaba para llegar, más experimentaba la sensación interna de conseguir su objetivo diario, ése, que cada día le hacía vivir una aventura nueva, donde su mundo desaparecía y daba paso a uno distinto; dejaba de existir cada día  y cada día nacía en otro lugar, otra tierra y otros sentimientos que le envolvían hasta perder el sentido de la racionalidad.
No le importaban las consecuencias, sabía que estaba cruzando una línea que podía romperse y que no podría volver a cruzar, donde el riesgo y las posibilidades de obtener cuestiones difícilmente alcanzables en circunstancias normales eran remotas, imposibles.
Antes de conocer este nuevo mundo que le absorbía, que le poseía, era un ser  normal, dedicado a sus funciones diarias en los que la rutina y las cuestiones mundanas le hacían sumergirse en la más profunda de las monotonías, en cierta forma vegetaba en el día a día y su historia la iba escribiendo de forma mecánica, no había forma de romper la cadena de su penosa existencia. No le importaba el dinero aunque eso era inevitable, ganaba lo justo para procurarse alimentos, vestir y de cuando en cuando ir al cine, el teatro era algo inalcanzable; unos lujos  que la vida le había negado, apartado y encasillado en otros por su mala suerte, pero ahora estaba recibiendo una inyección de felicidad, -por llamarlo de alguna manera-, que le apartaba de su mala suerte y que cada día recuperaba los días de malos momentos para convertirlos en otros agradecidos y llenos de sensaciones indescriptibles donde sólo él era el protagonista, nadie podía robarle su papel estelar, se lo había ganado y también sabía que era el elegido, nadie podía sustituirle.
Desde el camino ya vislumbraba la casa, sus pulsaciones iban aumentando de ritmo y su corazón comenzaba a galopar por el acontecimiento del día, ese que cada día era un desconocido, porque cada día se trataba de una locura nueva donde la atracción, como todas las atracciones, jugaba un papel con doble filo, en el que la muerte también podía existir.
Pero hoy tenía una extraña sensación..; a medida que iba acercándose a la casa le invadían recuerdos de su hija desaparecida..; hace años, cuando ella contaba siete años paseaban juntos por el mismo camino y les gustaba adentrarse en el bosque al final de este; él perdió unos momentos de control sobre su hija y esta fue atacada por un lobo, cuyo cuerpo arrastrado nunca apareció .Con el tiempo llegó a superar en su mayor medida el inmenso dolor que padecía..; hoy, algo estaba ocurriendo no lejos de allí…..

Situado frente a la puerta de la casa pudo comprobar un silencio absoluto, ya no oía a los pájaros, tampoco el murmullo del río cercano, el viento se detuvo y el espacio exterior se cubrió de una sombra gélida que recorrió su cuerpo, algo no iba bien, no presentía los síntomas de otros días que le transportaban a felices momentos. Intentaba pensar rápidamente sobre lo ocurrido en días anteriores, pensaba que quizás cruzó sin darse cuenta la línea que divide la ficción de la realidad, quizás ese mundo paralelo ya no era ficticio y la realidad era la que estaba sintiendo en ese preciso momento.

Abrió la puerta despacio y antes de mover un solo pie, una mano agarró su abrigo a la altura de su cintura.  Estaba petrificado, lentamente se fue girando y pudo comprobar que Luisa, su hija, estaba delante de él, con la ropa ensangrentada y su cara desfigurada..; ¡¡papá, sálvame!! …
Alberto no pudo reaccionar, la puerta terminó de abrirse y el lobo mordió con gran fuerza su cuello.

Por fín estaban juntos……



Lon González.

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